viernes, 7 de septiembre de 2012

Quizás, en el fondo, todos me caen mal y yo, por miedo, no me atrevo a decírselo ni demostrárselo a nadie.
Lo que, en la práctica, se reduce a que todos me caen bien.
(Esto excluye a las personas que despiertan algún interés en mí.)

jueves, 30 de agosto de 2012

Enfócate en lo malo. Las personas, en su sano y justo intento por ser felices, muchas veces te patearán en el suelo, pero no lo tomes como algo personal. Con una sonrisa en el rostro, intentarán satisfacer sus deseos, o cumplir sus sueños, o llevar a buen término sus proyectos, etcétera, y les importará una mierda lo que desees tú o como te sientas. Pero todos lo hacemos, no te enojes por eso. Cada uno mira sus intereses, y si de las sobras te llega algo, considérate un afortunado. Todos, cuando queremos conseguir algo, ya sea algo material, o satisfacción, o aminorar la culpa, o ganar, buscamos mediante una sonrisa a quienes queremos que nos sirvan como esclavos.

Esto también es una queja, yeah


Digamos que hace dos o tres meses tiempo vengo dándome cuenta de mi lamentable situación: pertenezco a un grupo nada exclusivo de gente despreciable, cuya característica más llamativa (pero que en el fondo no es más que un defecto, algo remediable) es la costumbre adquirida y ya asimilada de ir por la vida quejándose de todas o casi todas las cosas. Sí, así de simple. ¿Puede haber un grupo más detestable de personas? Supongo que no. Estos seres (entre los cuales me incluyo y me seguiré incluyendo hasta que no aplique con éxito todo lo que aquí detallaré) van por la vida con esta actitud miserable como única herramienta de éxito. Sí, la ecuación es inmediata y sencilla: las personas se quejan para tener éxito.

El impulso inicial (o como quiera que se llame) que lleva a la queja es el deseo de tener éxito. Estar por encima del resto, ser el primero, destacar, tener más, ser más, tener la razón, etc., o, en su forma más baja, ser el que más méritos tiene, sobre todo mediante el sufrimiento. Es decir: soy el que más sufre, entonces, estoy por encima del resto en méritos. ¿Cómo demuestro esto y lo pongo de manifiesto en cada momento? Pues quejándome. ¿Qué es la queja sino la forma más básica de dejar en claro que me esforcé por alcanzar lo que tengo, o que, si no lo logré, no fue por falta de capacidades sino porque tuve problemas o dificultades completamente ajenas a mí? La queja rescata de la inutilidad, poniendo de manifiesto que el mundo conspira en mi contra, y que mi falta de méritos no es tal, al contrario: merecería mucho más. 

Ya van mostrándose algunas palabras claves: éxito, sufrimiento, mérito, inutilidad. Habría que agregar, sin duda, envidia y menosprecio (o minimización) del mérito ajeno. Por alguna razón (la cual será el blanco de sofisticadas técnicas de destrucción aún a prueba), creemos en la existencia de una fuerza superior que mira los méritos; mientras más se puedan acaparar, mejor. Todo gira en torno al mérito, y la queja es, sin duda, la herramienta para manejar su distribución. 

El que pierde la mayoría de las veces, casi sistemáticamente, se acostumbra a excusarse (o quejarse), no por puro gusto sino por necesidad; los que ganan ya tienen su paga, son los dueños del mundo, merecen todos los elogios; el resto, nosotros, la mayoría, con las manos vacías, nos amontonamos casi con violencia buscando alcanzar lo único que nos queda: la lástima, es decir, el merecimiento que está detrás del sufrimiento. Lamentablemente, el sufrimiento que da la derrota no basta; y para muchos la vida pasa sin gloria, pero tampoco con la preciada pena que igual da un poco de gloria. ¿Entonces? Alguien que no destaca, y cuyas desgracias son superficiales, está casi destinado a vivir sin mérito alguno, ¡y qué vida más triste la de aquél cuyo esfuerzo nunca es reconocido! Porque, unos más que otros, todos nos levantamos cada mañana y jugamos nuestro juego... ¿por qué nadie nos mira y nos aplaude? ¡Es necesario dejar en claro, ojalá a cada instante, que también nos estamos esforzando! No son nuestros los grandes logros, pero sí los pequeños: estoy aquí soportando este leve frío, y no lo esquivo; pero no se ve lo suficiente, nadie nota mi esfuerzo, entonces hay que decirlo, "hace frío". Y eso es una queja.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Quemar ideas para dejar limpio el patio. Dejar limpio el patio para dejar ideas. Tener ideas para tener algo que colocar en el patio.

Que un hombre es sus secretos,
que lo importante está en lo que se calla,
que lo mejor de la vida es lo que se pierde,
que las oportunidades más exquisitas son las que se dejan pasar.
Que no hay errores,
que nadie gana,
que cada uno tiene su propio camino,
que cada uno camina a su propio ritmo,
que no hay metas,
que todo lo esencial es gratis.
Que la indiferencia entre los opuestos,
que lo que nos interesa es la intensidad.
Que en la medianía está la muerte,
que tenemos que vivir.
Que si no simpatizas con todos, entonces no simpatices con nadie.
Que eres el peor consejero de ti mismo,
que no necesitas consejo,
que nadie tiene autoridad para aconsejar.
Que la queja te resta mérito,
que las conversaciones son una repartición del mérito del dolor,
que todos sufren, cuando sufren,
que todos son valientes, cuando no sufren,
que todos son felices, después de quejarse,
que el mérito nos salvará,
que, sin importar el mérito, todos mueren.
Que sólo sabemos opinar,
que nuestra opinión es irrelevante,
que si no opinamos nos quedamos solos,
que no queremos estar solos,
que las opiniones son el vómito del corazón,
que tienes que tragarte las opiniones si no quieres estar solo,
que nadie quiere estar solo,
que sólo desde la comodidad de la compañía se añora la soledad.
Que estar solo es fácil y triste,
que quien dice querer estar solo, miente,
que quien miente, ha descubierto el truco.
Que un abrazo bien vale tu espíritu.
Que nadie acepta al que es más grande,
que debes mentir para ser aceptado,
que la pequeñez propia nunca podrá verse.
Que los tristes se consuelan inventándose una inteligencia.
Que los felices son tan inteligentes que no caerán en nuestro juego de lástimas.
Que los tímidos no son grandes por dentro,
que los tímidos mienten,
que la esperanza del tímido es la imaginación del que lo contempla.
Que el tímido no abra su corazón, si quiere seguir siendo estimado,
que la estima tiene muchos caminos.
Que lo que existe es la maldad,
que la maldad no es equivocarse,
que la maldad es ???.
Que lo que no existe es lo objetivo,
que la objetividad es lo que nos mantiene seguros,
que nada es seguro.
Que descubrir lo malo es el camino fácil,
que descubrir lo bueno es lo entretenido.
Que contar lo malo es reconfortante,
que contar lo bueno te hace parecer tonto.
Que crecer es equivocarse,
que perder es la meta,
que fracasar es nuestro hogar.
Que todos ellos sólo quieren ser felices,
que tú sólo quieres ser feliz,
que no hay nada especial en ti,
que ser especial no es importante.

martes, 28 de agosto de 2012

Trascendental quibutsiana (probable): descubrir el fuego, nunca atreverse a usarlo, seguir viviendo con toda esa basura en el patio.

domingo, 8 de julio de 2012


Varias veces me pregunto si esto no será parte de alguna forma de purificación. Porque a fin de cuentas: ¿qué forma más perfecta de maldad que el "sentirse bueno"? Sé que ya nunca podré sentirme virtuoso ni podré volver a confiar en la rectitud de mis actos o intenciones. ¿No es eso una forma casi elevada de "ser mejor"?

Sí, son palabras, palabras desde el abismo, pero es probable que sólo en estas situaciones se tenga una mirada un poco (sólo un poquito) menos errada de nuestra realidad. Supongo (y no es mi caso, téngase presente) que sólo arrebatando una vida puede uno percibir en su totalidad la propia. Me imagino una especie de rito de iniciación primitivo, en el cual el individuo encuentra su respuesta acerca de sí mismo (algo así como su madurez) al momento de asesinar a un hermano mayor. El cual, a su vez, mucho más maduro, sólo encuentra un fin adecuado para sí mismo al ser una víctima para su hermano menor. Rito fallido desde el momento en que el asesinato pasa a estar justificado y no hay culpa.

Yo hablo de maldad, de sentirse realmente malo. No de esa maldad del tipo que elige la forma de ser A cuando la moral de la mayoría elige la forma de ser B. Sino la del tipo que actúa de la forma A cuando su propio criterio le indica B. No equivocarse ni fallar, sino actuar libremente en cierta dirección. No por placer, ni dinero, ni poder. Por destrucción. Sólo por ver arder el propio espíritu, y no sentir satisfacción por ello.

Me gusta pensar que después de todo esto me habré perdonado. Imágenes poéticas: mirar la vida con decisión, sonreir, no desesperar. Tener cierta certeza de que no se puede ser peor que lo que se es. Pero me engaño, ¿no es así? Mi indominable optimismo me guía por caminos oscuros y ridículos. ¿Acaso conozco los límites de la maldad del ser humano? Cómo hablar de destrucción si sigo vivo y sonriente, si en medio de las ruinas que dejó la ola de caos estoy yo de pie, intacto o quizá más sano que ayer. ¿Acaso nunca corrí riesgos? Es fácil apoyar al bando de los malos cuando todo es ficción.

Pero entonces... ¿he mejorado? ¿Tengo al menos una pizca de humildad? ¿O todo sigue siendo un intento fallido de mi ego que se alimenta de fallos que supo predecir?

Le tengo miedo a la vida, y a todo lo vivo, y a todo lo que me hace amar esta vida que no logro entender mi atrapar. Los años pasan, las decisiones se firman con una terrible facilidad, como quien escribe una y otra vez la misma frase, hasta completar el cuaderno, ¿pero viene después otro cuaderno?, ¿la finalidad es aprender a decidir o simplemente tomar un camino?, ¿hay respuestas correctas o es sólo una encuesta?, todo envejece, nada mejora, y entonces, cualquier día y a cualquien hora: ¿quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿Qué he hecho? ¿Había que hacer algo? ¿Lo estoy haciendo bien?

Mi mejor conclusión ha sido el silencio, pero el silencio me ha destrozado. ¿Qué soy? Si me callo, si nadie sabe de mí, si nadie es testigo de mis pensamientos, si nadie narra mi vida, o si nadie lee la narración que hago yo mismo, ¿queda algo? ¿Hay alguna existencia fuera de la que redacto? No sé, y ya no postulo ninguna respuesta, si una pena soportada en silencio se diferencia de una llorada en el centro de una plaza. Si nadie ve nada en mí, ¿entonces estoy vacío? Si no veo nada en mí, ¿entonces estoy vacío? Si digo que estoy feliz, ¿lo estoy? Si actúo como alguien feliz, ¿eso es ser feliz? Si me siento feliz, ¿de verdad lo estoy siendo? ¿Tengo que confiar en mi criterio? ¿O es la felicidad otra cosa que no he sabido ver?

¿Es, todo esto, felicidad... o sólo es indiferencia? ¿Es que por fin los quiero a todos, o es que ya nadie me importa? ¿Me convertí en alguien comprensivo, o sólo dejaron de interesarme?

¿Qué está más cerca de la verdad: el mundo de las preguntas o el mundo de las respuestas?

viernes, 29 de junio de 2012

He cultivado, con paciencia e irresponsabilidad, justo como tienen que hacerse estas cosas, una modesta y delicada ignorancia, llena, según yo, de detalles exquisitos.
No sé redactar o, en su defecto, lo hago mal, razón por la cual
Intento listas que fallan, como por ejemplo,
Evitar pronunciar el inglés, demostrando ignorancia (en adelante, d.i.)
Desconocer los nombres de los integrantes de las bandas, y sobre todo nunca nombrarlos, nunca, pero nunca, decir frases sabias como "qué magnífico el solo de",d.i.
No reconocer marcas de autos ni razas de perros, menos de gatos, d.i.
Usar pocas palabras, d.i
No opinar de los temas opinables, d.i
No reconocer actores ni actrices, d.i.
excepto a las que superficialmente (d.i) admiro y amo en secreto
Ver pocas películas, leer pocos libros, los mismos siempre, una y otra vez, d.i.
No memorizar nombres de parientes ni fechas de cumpleaños, d.i.
en lo cual fallo rotundamente
Estudiar para el cinco, no más, d.i.
No tener idea de lo que hace o dice el Papa, con especial dedicación en ignorar detalladamente qué lugares visita, d.i.
pero leer con detención lo que escribe, mis intereses intelectuales me traicionan, amén
No saber de tragos, d.i.
No reconocer autores (especialmente manga) ni referirme a ellos, d.i.
No poder tocar en guitarra (o cualquier instrumento) canciones conocidas,
y en su versión más perfecta, no tocar en público, d.i.
Leer noticias deportivas, d.i.
No leer (y por ende desconocer con precisión los detalles) comic, d.i.
...
No completar las listas, d.i.
Aburrirme rápido.

Traicionarse: estoy aprendiendo a manejar. Y es divertido.

domingo, 27 de mayo de 2012

a

¿Sabes lo que es un criterio de unificación de significado?
Qué mejor que un ejemplo.
Criterio escogido: lo que produce que termine una conversación.
Desde ese momento, conceptos tales como...

  • aburrimiento
  • desinterés
  • enojo
  • muerte
...pasan a significar los mismo. Siempre y cuando exista un compromiso. Un compromiso con los comportamientos inútiles.
[Verificar]

jueves, 17 de mayo de 2012

Conclusión, parte uno.

Era de esperarse que, como todas las cosas comunes y corrientes, la conclusión (o falsa conclusión, para no ser tan fatídico) llegara por caminos muy diferentes a los alguna vez imaginados. Y que no solamente fueran otros los caminos, sino también y sobre todo, otros los rostros. Conclusión de muchas caras, ninguna abrazable como aquellas que tanto se dibujan en el corazón a los doce, quince, dieciocho...
¿Me equivoqué? Sí, rotundamente, diría si aún conservara el anhelo dignísimo del que quiere saber. Pero no, ya no quiero saber, en la práctica, ya sé. ¿Y quién podrá sacarme de mi engaño?
Sí, falso. Pero el cliché es fácil: si digo no sé, quiero decir que sé en el fondo, o más directamente: sé mucho más allá que el resto. en realidad. Tanto como para darme cuenta de que lo que sé no vale (con el mensaje ya difícilmente ocultable de que mi no saber es el más elevado de los saberes). No hay engaño.
Entonces, ¿cómo decirlo? (Hace un rato, en el baño, tenía las palabras...)
¿He descubierto algo? Sí, al menos ese es el sentimiento. Se siente como haber descubierto el fuego. Un fuego que parece que ilumina y da calor, sí. La sensación de la iluminación. Así me siento mientras imagino una narración que nadie leerá. La seguridad del primer hombre junto al fuego, mi lugar privilegiado al lado de mi definitiva interpretación del mundo. Sí, puedo sentir todas estas cosas. De alguna manera, por algún pacto secreto, ¿quizá demoníaco?, estoy en paz con mi propia opinión, y no sólo en paz, sino que le prendo velas aromáticas y recito mi ley antes de dormir. Sí, el pacto. Abrazar mi lectura personal de la vida, y elevarla a verdad primordial, allá en los oscuros y sagrados altares del alma. Inquietante imagen: yo de rodillas ante lo que mis mortales ojos lograron ver, ante mi conclusión. Creer en el fuego, aceptar con fe ciega la verdad que mi patente ignorancia separa de un montón de basura que siempre lleva en los bolsillos. ¿Acaso no es lo que hace todo el mundo?
Sí, pero no. ¿Cómo decirlo? Creer en el fuego, pero omitir la luz y el calor. Cenizas frías: ruinas siempre nuevas construidas sobre cenizas frías. ¿Cómo puedo creerme todo esto? Sin embargo, creo. Mis ideas, todas mis conclusiones, se atropellan, se niegan, se mezclan. Vómito, vivo comiendo mi propio vómito (al menos es el mío, pienso lanzando una inevitable mirada despectiva a los inexplicables y grandes citadores y admiradores y repetidores). Me creo lo que pienso. ¿Pero no hace eso toda la gente?
Creer en la falta de fe. 
Todo lo que vale en mí es la conclusión de que cualquiera conclusión carece de valor.
¿Por qué me siento tan a gusto con la idea de que lo que hago simplemente no cuenta? Puede ser que en el fondo esté viendo algo, pero no lo distingo. 
Esperanza es una linda palabra.